Eduardo Mendoza lo ha vuelto a hacer. Y para ello no ha
tenido más que desempolvar las desventuras del viejo sabueso con el que tanto
disfrutamos sus devotos admiradores.
En “El
enredo de la bolsa y la vida” este detective metido a peluquero, que ha
pasado media vida entre un centro psiquiátrico y las calles más desfavorecidas
(por no decir sucias, cutres e infra higiénicas) de Barcelona, manifiesta, como
siempre muy a su pesar, que es un personaje híper adaptable a distintos
ambientes y épocas, como ya demostrara en la anterior entrega (“La aventura del tocador de señoras”), en la que acondicionó su
estilo a una Barcelona modernizada por los Juegos Olímpicos del 92. Ha
demostrado no achantarse a un reto mayor: malvivir con alegría en la Barcelona
actual, lastrada por una severa crisis económica.
El autor consigue, como es casi norma en él, que el ducho
lector no pueda pasar las páginas sin
descacharrarse hasta prácticamente caerse de la cama, del sillón o del váter
según su ubicación lectora, mientras va conociendo a personajes tan dispares
como la adorable y listísima Quesito, la sensual Lavinia, el apuesto Rómulo el
Guapo, la venerable familia Siau o la mismísima canciller de Alemania, si,
Angela Merkel.
Una historia perfectamente trabajada y trenzada en la
absurdez más inteligente en la que la trama, que se mueve alrededor de los
sangrientos planes de un peligroso terrorista internacional, consigue mantener
el interés del lector desde la primera página a la última.
Ahora solo queda esperar que esta tetralogía tenga
continuidad. Además, si el viejo detective comienza a sufrir (más) los achaques de la
edad, pienso que un dignísimo sucesor ha nacido. Y para no echar de menos
las pepsicolas, podremos endulzar la lectura con un refrescante Mágnum.
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