viernes, 21 de septiembre de 2012

"El enredo de la bolsa y la vida"


Eduardo Mendoza lo ha vuelto a hacer. Y para ello no ha tenido más que desempolvar las desventuras del viejo sabueso con el que tanto disfrutamos sus devotos admiradores. 

En “El enredo de la bolsa y la vida” este detective metido a peluquero, que ha pasado media vida entre un centro psiquiátrico y las calles más desfavorecidas (por no decir sucias, cutres e infra higiénicas) de Barcelona, manifiesta, como siempre muy a su pesar, que es un personaje híper adaptable a distintos ambientes y  épocas, como ya demostrara  en la anterior entrega (“La aventura del tocador de señoras”), en la que acondicionó su estilo a una Barcelona modernizada por los Juegos Olímpicos del 92. Ha demostrado no achantarse a un reto mayor: malvivir con alegría en la Barcelona actual, lastrada por una severa crisis económica. 

El autor consigue, como es casi norma en él, que el ducho lector  no pueda pasar las páginas sin descacharrarse hasta prácticamente caerse de la cama, del sillón o del váter según su ubicación lectora, mientras va conociendo a personajes tan dispares como la adorable y listísima Quesito, la sensual Lavinia, el apuesto Rómulo el Guapo, la venerable familia Siau o la mismísima canciller de Alemania, si, Angela Merkel. 

Una historia perfectamente trabajada y trenzada en la absurdez más inteligente en la que la trama, que se mueve alrededor de los sangrientos planes de un peligroso terrorista internacional, consigue mantener el interés del lector desde la primera página a la última.

Ahora solo queda esperar que esta tetralogía tenga continuidad. Además, si el viejo detective comienza a sufrir (más) los achaques de la edad, pienso que un dignísimo sucesor ha nacido. Y para no echar de menos las pepsicolas, podremos endulzar la lectura con un refrescante Mágnum.

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